domingo, 5 de octubre de 2014

Diez cosas de las que no deberías fiarte cuando viajas


1. La estadística miente menos que tú

Nuestro cerebro dista de ser una máquina perfecta a la hora de registrar la realidad, por eso usamos herramientas mejor afinadas, como las estadísticas. La humildad es asumir que vivir en un sitio no te proporciona un conocimiento mayor sobre las costumbres de ese sitio, porque tu visión de las cosas siempre será parcial y minoritaria. Ni siquiera haber viajado a un país te hace mejor conocedor de ese país si tus fuentes son, sencillamente, tu visión subjetiva de las cosas (o la visión de quienes conozcas por el camino).

Aquí todos tenemos opiniones personales basadas en experiencias, pero elevar anécdotas a la categoría de una estadística constituye el epítome de la pedantería, a no ser que nos dediquemos a explicar nuestra visión personal de un viaje o de nuestra estancia. Una cosa son los datos, otro las opiniones. Los datos pueden ser falsos, pero las opiniones seguramente lo serán más, en la mayoría de ocasiones. Si no os lo creéis, os recomiendo echar un vistazo a este artículo que escribí al respecto: Si viajas a cualquier lugar, nunca le preguntes al lugareño.

La estadística es una herramienta preciosa para conocer realmente cómo funciona el mundo y evitar los errores de nuestra percepción personal (como tener más miedo al avión a pesar de que hay mayor probabilidad de tener un accidente en coche o tren). Podéis leer más sobre cómo funciona esto en La probabilidad de la improbabilidad: el riesgo de morir en una escalera.
 
2. Lo puro no es tan puro porque lo miras

Las culturas prístinas e intocadas lo son precisamente porque nadie o muy pocos han interactuado con ellas. Podemos leer acerca de antropólogos que las han estudiado, y aún así será arriesgado creernos su versión de las cosas porque toda cultura se adultera cuando entra en contacto con alguien que la examina. No solo porque el que examina malinterpreta lo que ve, sino porque los propios lugareños se comportan de otra forma frente al visitante.

Los antropólogos usan protocolos específicos para evitar esta adulteración, hasta cierto punto inevitable, así que imaginad hasta qué punto lo que veis no es real si no sois antropólogos. Viajar es, por definición, contaminar. Y lo que vemos, al pasar por nuestro cerebro, queda también contaminado de nuestros patrones culturales y prejuicios. Más en Viajeros egocéntricos: lo inútil de quejarse del número de turistas que visitan un lugar virginal o un rinconcito que solo queremos para nosotros.
 
3. La tradición solo es repetición, no belleza

Las tradiciones no son mejores ni especiales por ser tradiciones. Solo son aspectos culturales que no han cambiado, y eso no nos dice nada sobre su valor intrínseco (a no ser que regentemos un museo). A veces las tradiciones son horribles, y definirlas como horribles no significa despreciar una cultura, sino despreciar las partes de la cultura que atentan contra lo que consideramos moral, digno o respetuoso. Tan tradicional es la ablación de clítoris como llevar zuecos de madera, pero no son tradiciones igualmente respetables. Así pues, empecemos por describir la belleza de las cosas no por su antigüedad, ni por el número de personas que se acojan a ella, sino por su belleza sin más.
 
4. Mundo Glocal

Las costumbres no son menos auténticas porque hayan sido adoptadas de otro lugar. Mirad Halloween. Muchos son los que la consideran una tradición anglosajona y, por tanto, fuera del campo cultural europeo. Pero anteriormente, la tradición de Halloween anidó en Europa (se celebraba hacen más de 3000 años por los Celtas, un pueblo guerrero que habitaba zonas de Irlanda, Inglaterra, Escocia y Francia), y fue importada posteriormente a Estados Unidos. No importa de dónde provenga una costumbre o una fiesta si ésta nos gusta. No es más auténtico festejar algo en un país u otro. Todo depende de cómo lo hagamos y de con quién nos rodeemos.

Incluso si todo sucede en un parque temático. ¿Acaso la mayoría de países que reciben turistas no son parques temáticos disfrazados? Lo local es también global, y lo global puede ser local. Vivimos en un mundo glocal. La diversidad cultural es imprescindible, pero la diversidad surge precisamente de la mezcla de culturas, aunque esa mezcla tienda a una suerte de masa homogénea latente. Recibimos inputs americanos, pero también japoneses o indios. Y, a su vez, ellos reciben inputs nuestros. Esto produce puntos de convergencia y similitud, pero también una trasfondo continuamente cambiante. Así que ¿Realmente estamos viviendo una americanización de la cultura?
 
5. El sabio de la montaña

Cuando nos sentamos frente a un sabio de larga barba perdido en alguna aldea remota y escuchamos sus palabras, tenderemos a otorgarle mayor profundidad de la que tienen. Como ocurre con una frase hecha o un aforismo (del que generalmente puede encontrarse su sentencia contraria, demostrándose así que los aforismos no son verdad por el hecho de ser aforísticos o sonar bien).

Las enseñanzas de una persona de otra cultura pueden parecer mejores porque se nos antojan exóticas, pero no significa necesariamente que sean mejores. Y, por lo general, un sesgo cognitivo de nuestro cerebro tenderá a pasar por alto este detalle. Esa misma frase o enseñanza, en el contexto de una Universidad, probablemente sería abordada con mayor espíritu crítico. O incluso supondría un suspenso en el examen. Así que cuidado: da gusto oír lo que nos tienen que contar sobre la vida, la amistad o el amor personas que a lo mejor ni siquiera saben leer. Pero si buscamos una explicación profunda sobre tales fenómenos es más probable encontrarlos en un ensayo de 200 páginas en el que se haya expuesto de forma coherente el conocimiento acumulado en estos últimos tres siglos y pico. Juntos cuando se fundó La Universidad Invisible, la libre circulación de conocimiento y el no me creo lo que dices hasta que lo demuestres.

6. La gente es así

La única manera de determinar que en un sitio la gente es más seria, más generosa, más guapa, más lo que sea, es visitando todos los países del mundo y conociendo a muchas personas aleatoriamente de esos lugares (o de empaparnos de miles de estadísticas al respecto). De lo contrario, solo estamos determinando que la gente es así o asá en función de la gente que hemos conocido en nuestro país (u otros países); o mejor: la gente con la que nos hemos cruzado, que no es necesariamente el paradigma de gente de ningún sitio.

Hay muchos alemanes que son cuadriculados, pero también hay alemanes que no lo son, por ejemplo. Determinar que los alemanes son cuadriculados solo significa que lo son respecto a como somos nosotros y la gente que conocemos, pero quizá, en comparación con todos los países del mundo, los alemanes no sean especialmente cuadriculados. Antes de vertir una opinión sobre gente diversa de un país, pues, quizá deberíamos despojarnos de prejuicios y, en cualquier caso, estudiar los análisis sociológicos publicados al respecto. De lo contrario solo estamos hablando por hablar.
 
7. ¿El futuro? Ni idea

No sabemos cómo nos sentiremos en el futuro, por eso no sabemos si nos gustará un destino hasta que vayamos, ni sabremos si seremos felices en una playa paradisíaca hasta que vivamos allí unos meses (y lo habitual es que nos cansemos de ella y aspiremos a otro lugar mejor). Por eso hay tantos suecos que anhelan las playas españolas y tantos españoles que anhelan el civismo de las calles suecas (aunque llueva). David Schkade, profesor de la Universidad de California, por ejemplo, estudió por qué hay tanta gente que aspira a vivir a California y cree que así será más feliz… y por qué al final resulta que no es así, en la mayoría de ocasiones.
 
8. Aquí es donde mejor se come

La mayoría de la gente de cualquier país que visitéis os dirá cosas del tipo: aquí es donde se come mejor tal, aquí es donde hay las mejores montañas pascual, por aquí se llega al lago más bonito del mundo, o la gente es más educada y buena que allá. Todo es mentira. Todos creemos que estamos por encima de la media (lo cual entraña una contradicción en sí misma), y que nuestro país es mejor que el país del vecino.

Tampoco se tiene en cuenta que los gustos de cada uno puede que no coincidan con los gustos de otro: un pueblo precioso para mí puede no ser tan especial para otro, y viceversa. A este sesgo psicológico se le llama efecto Lago Wobegon.
 
9. No te fíes si eres experto

Los viajeros que más accidentes sufren, porcentualmente, son los más experimentados, los que van en grupo o los que están familiarizados con el lugar. Exceso de confianza, sesgo endogrupal, y el mismo mecanismo que se pone en funcionamiento cuando conducimos del trabajo a casa o de casa al trabajo: bajamos las defensas, prestamos menos atención, usamos más el piloto automático. Por ello la mayoría de accidentes se producen en trayectos cortos y familiares. Si vamos en grupo, también suspendemos nuestro criterio y pensamos, "si todos están subiendo esta montaña, no será difícil, yo también puedo", cuando es posible que todos estén subiendo esa montaña precisamente porque piensan lo mismo que tú.
 
10. No hay verdad absoluta (obvio)

Viajar no es una ciencia. Nadie sabe la verdad absoluta. Pero sí podemos establecer modelos que parecen concordar mejor con la realidad, porque los datos proceden de estudios longitudinales, de observaciones aleatorias y tamaños muestrales grandes. Cuando dudéis de un dato, nunca aduzcáis vuestra experiencia personal como un dato de superior categoría: exigid mejores fuentes o estudios más exhaustivos. Porque decenas de sesgos psicológicos imposibilitan que las experiencias personales sean eficaces a la hora de extraer la verdad sobre el funcionamiento del mundo (por ello, de hecho, el “pues a mí me funciona” de los tratamientos médicos suele ser la respuesta de la gente, y no “aquí está un metanálisis de los últimos ochocientos estudios al respecto de este medicamento”).





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