sábado, 17 de diciembre de 2011

Artículo: Huancané, Moho y conima


LA RUTA HUANCANÉ - MOHO - CONIMA
 
Jorge Flores Salas

 

Si el Lago Titicaca  es el corazón del altiplano, la ruta Huancané- Moho - Conima debe ser una de sus arterias coronarias, especialmente durante las fiestas de la cruz, entre el primero y el tres de mayo. Este pensamiento me viene a la mente, mientras me instalo precariamente en el patio de la iglesia de piedra color rosa del pueblo de Moho,  en cuyas grietas ha crecido la hierba. 

Su construcción data de 1807 y es una verdadera belleza engastada en la placita de un encantador e ignoto pueblo del Altiplano, placita afeada sólo por el modernista y anacrónico hotel de cinco pisos y fachada de vidrio curvado, edificado por la municipalidad, en el cual, no sin sentimiento de culpa, me alojo.

La iglesia y el hotel son edificios que no hacen sino reflejar una complejidad cultural que va mas allá de toda lógica, que es capaz de combinar alegrías y penas, certezas y dudas, claros y oscuros en un solo pero eterno instante.

Trato de fotografiar a sicuris, a campesinos con rostros apergaminados de profundas arrugas y danzarines con máscaras de ancianos grotescos y bastones retorcidos que bailan “ El Auki Auki”  también conocido como la  “La Danza de los Viejitos” y cuyas comparsas vienen por cada confín de la plaza; uno tras otro, compiten tratando de apagar el sonido de los demás conjuntos que se han ido sumando a la fiesta desde la una de la tarde. Cada grupo viene acompañando a una cruz cargada por un séquito de oferentes que ataviados con sus mejores galas y henchidos de orgullo ingresan en la iglesia de Moho mientras los músicos esperan tocando en el patio.





Más temprano, fui mudo testigo de bautizos y bodas, todo en un sincretismo cultural y religioso que otra vez superan mi posibilidad de análisis y comprensión; simplemente trato de abandonar mis sentidos a la celebración y procuro empaparme de ella  -una fiesta que aún no esta contaminada por el turismo y que se da por y para los habitantes de este remoto sector del lago Titicaca- “gringo, gringo, haznos una foto”, me piden un grupo de sicuris, mientras sostienen su estandarte- a pesar de ser moreno, la mochilota que llevo a cuestas y la cámara reflex me dejan como un emplasto parado en medio del patio de la iglesia, con sambenito de gringo; imposible negarme a la foto, imposible nuevamente evitar sentir la culpa de trastocar con mi capotillo, el encanto de esta celebración; “senquiu”, me dicen mis agradecidos sicuris, “de nada”, les contesto.

El viaje se inició tres días antes y viene a completar una primera exploración que por esta zona del Lago Titicaca realicé hace dos años, las dos veces, con mis eternos compañeros de aventuras del entrañable grupo de excursionismo, Andaray.

Todos los primeros de mayo, el pueblo de Huancané se viste de gala para celebrar a las Cruces y los Sicuris comienzan una festividad religiosa que por momentos toma ribetes de competencia musical; la fiesta, al ponerse el sol se traslada al “Cerro de la Cruz”,  donde suben comparsas de músicos y participantes hasta la propia  cumbre por un camino zigzagueante, algunos, tocando los bombos y las zampoñas, otros simple y sencillamente llevando velas encendidas. Una vez instalados en el cerro, los lugareños comienzan a aplacar el intenso frío del otoño puneño con importantes cantidades de licor, cuyos efectos muchas veces han provocado mas de un accidente a la hora de bajar del cerro a la mañana siguiente.





Huancané, se encuentra a una hora de viaje de la ciudad de Juliaca y es relativamente sencillo trasladarse en transporte público; el pueblo se encuentra flanqueado de cerros, subiendo los que están al suroeste es posible llegar a divisar ya desde su cumbre al Lago Titicaca, cuya visión es sobrecogedora por el azul de sus aguas y la ausencia de la lenteja de agua “Lemna sp.”-alga foránea  familia de las Lemnáceas, introducida en el lago accidentalmente y que ha infestado las aguas que circundan la ciudad de Puno produciendo un daño ecológico irreparable- por el contrario, en toda esta zona, el lago bulle de vida; lo grita a los cuatro vientos el color de sus aguas o mejor dicho la increíble transparencia de las mismas, los peces que complementan la dieta de los pobladores y la abundancia de aves y vegetación de sus alrededores. Tuve la oportunidad de visitar estos encantadores parajes junto a Stuart Goldie, septuagenario, aguerrido y buen amigo caminante, a quien le asombraba el parecido de esta tierra llena de bosquecitos, hierba verde y dominada por el lago, con su Escocia natal.

Si se continua andando por un caminito empedrado, es posible llegar hasta el pueblo de Quellahuyo a dos horas a pie; la ruta es rotundamente hermosa por la vegetación y la vista del Lago. Nuevamente, en la carretera principal nos esperaba una furgoneta previamente contratada, que tras veinte minutos, nos llevó hasta el pueblo de Vilquechico y quince minutos después nos dejo en las ruinas de Keñalata -restos arqueológicos Tiahuanaco en donde es posible ver diversas “Chulpas”, pequeñas torres circulares de piedra que sirvieron de tumbas o graneros- las que se encuentran en diferentes estados de conservación, las ruinas forman además  extensos pircados de piedra, “El cultivo de tubérculos al interior de estas se ha mantenido hasta la fecha con el agua obtenida de las lluvias”- nos cuenta una de las mujeres que encontramos arando la tierra, lo atestiguan también los atados de plantas en forma de cruz que colocan en las paredes de piedra, con los que piden la intercesión divina para que aleje de aquellos campos el fantasma de la sequía. Las ruinas de Keñalata se extienden hasta lo alto de un cerro; una vez en la cumbre y  trasponiendo un pórtico de piedra se tiene una vista panorámica del  altiplano.





 
En la distancia una cadena montañosa que pertenece a Bolivia, más cerca, la estancia Sisinauyo hendida por una trocha de tierra por la cual transitan cansinos camiones por caminos polvorientos hasta el pueblo de Cojata, después la frontera Boliviana. La zona es conocida también por el intenso tráfico de mercadería de contrabando que atraviesa las fronteras en nocturnas y furtivas caravanas a las cuales denominan “La Culebra” y que producen una evasión tributaria tal que según se refiere puede llegar a la friolera de sesenta y cuatro millones de dólares anuales, paradójicamente, en una de las zonas del Perú donde la pobreza se ha ensañado con la población indígena con mayor rudeza.

La movilidad nos traslada de regreso a Huancané, en donde a las seis de la tarde nos enteramos que ha partido el último autobús al pueblo de Moho, entonces el viaje se adereza; precariamente embutidos en la tolva de un camión y sentados sobre zapallos y costales de papas, compartimos transporte con aproximadamente seis señoras y otro tanto de niños que vienen arropados en mantas desde Juliaca, helados de frío y con un cielo nocturno de campeonato que por momentos amenaza con volverse una alucinada pintura de Van Gogh; llegamos a Moho dos horas mas tarde.

A la mañana siguiente subimos al cerro Merkemarka, nos toma dos horas ascenderlo pero la vista del lago es una delicia, especialmente en las tardes cuando los colores son más intensos y tornasolan la verde bahía de Moho que dibuja un pequeño embarcadero el cual se adentra en el lago.

La próxima parada es Conima, pueblito más pequeño que conserva sólo una de las torres de su derruida iglesia de piedra. Frente a Conima se encuentra Isla Soto, que pertenece a una comunidad campesina; la Isla es pequeña, pero más grande que su vecina Suazi, isla privada de la cual les hablaré mas adelante. Los Soteños, como se les denomina a los comuneros  de la Isla Soto, son una suerte de costeños de altura, están dedicados a la pesca y a pesar de que muchos tienen casa en el pueblo de Conima, los Conimeños se refieren a ellos como si pertenecieran a un grupo distinto; dedicados particularmente a la pesca y expertos navegantes del lago, sin duda, se distinguen de las comunidades cuyas actividades se limitan exclusivamente a la ganadería o la agricultura.

No siempre es posible encontrar transporte a Isla Soto, particularmente en días de fiesta. El traslado en bote a motor toma dos horas. La Isla tiene playas realmente hermosas de fondos transparentes y azules profundos, rodeadas de vegetación; los espíritus fuertes pueden tentar un baño en las horas más calurosas del día.





Montamos campamento y pasamos la noche en una playa del pueblito de Cambría, la puesta de sol, les advierto, los puede dejar alelados de por vida, mientras que Gaviotas y Zambullidores del Titicaca hacen la ultima pesca del día y los botes se mecen al compás de las olas, el cielo estalla y se incendia en amarillos y rojos impresionantes, si la belleza del atarceder no le produjo un daño cerebral permanente -y como nosotros decide acampar- de seguro el frío de la noche lo hará; si no se le han congelado hasta las ideas y sobrevive a la helada noche, entonces ya está listo para visitar Isla Suazi.  El poblado de Cambría queda en realidad entre Moho y Conima, da servicio de transporte en botes a remos de forma regular a la Isla Suazi, la cual esta destinada al turista extranjero o al nacional que cuente con tarjeta de crédito de uranio o de criptonita, ya que los costos de las habitaciones y los impecables servicios no son para los débiles de corazón; la isla eso sí, se puede visitar pagando una cantidad bastante razonable y en ella se han introducido Vizcachas, Alpacas y Vicuñas. Los jardines y la orientación naturalista del hotel son la quintaesencia de aquellos que disfrutamos de la observación de aves, los Colibríes Gigantes -“Patagona gigas”- se regalan a la vista, al igual que la más habitual Choca Andina ó Gallareta -“Fulica ardesiaca”-y muchísimas otras especies que de seguro le suman atractivo a la isla, es una buena idea llevar al viaje un buen par de binoculares y una guía de aves.  El cruce en bote de remos de Cambría a Isla Suazi toma 15 minutos, Clímaco, el barquero de veintiocho años, me comenta que además del transporte se dedican a la pesca de truchas, bagres, suches e  ispis, estos últimos, pececitos que secan al sol y constituyen parte de la dieta en el altiplano; a diferencia de los pobladores de los Uros no comen a las aves del lago, pero pescan ranas o sapos, “ampatos” en Aymara. Los compradores vienen desde Lima y Arequipa, los venden vivos para ser consumidos como afrodisíacos, obtienen un sol por cada “ampato”; refiere que en dos días suelen pescar entre 500 y 700 individuos, - “ya no veo ninguno en el fondo...”- comenta no sin cierta preocupación Clímaco, finalmente pregunta con una sonrisa triste ¿habremos pescado demasiados?.

Regreso del viaje llevándome en el corazón el profundo sonido de los tambores de sicuris de esa hermosa ruta que se vive entre Huancané y Conima todos los primeros de mayo en las fiestas de la cruz, regreso con la esperanza de que el espíritu de estos pueblos nunca se venda al mercantilismo del turismo sin conciencia, regreso con la alegría de haber visto  paisajes y aves hermosas, regreso con preocupación por los “ampatos” del Titicaca; regreso finalmente con una alegría, una pena, una duda...


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